lunes, 7 de mayo de 2012

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03 Pintura
José Viera, Autofagia. Por Luis Alberto de Cuenca
Autofagia

Luis Alberto de Cuenca



Ahí estaba, maravillosamente pintado, en el estudio madrileño de José Viera. Y lo sigue estando en mi mente, lejos del cuadro ya y de la buhardilla donde lo vi, una calurosísima tarde agosto de 1987.

Es un tipo extraño y remoto, pero inquietantemente real (no tan real como para encontrárselo en la calle, pero lo suficiente como para que de vez en cuando abandone el desván de las pesadillas). Se me antoja una mezcla de papa del Tiziano, brujo de Conan y Jean Cocteau paseándose ingrávido por alguna de sus películas. Parece un Dios (“les dieux existent: cèst le Diable”, escribió el propio Cocteau), pues la ropa que lleva, el cilindro que ciñe con la mano izquierda, la posición que ocupa la diestra, el anillo del dedo índice, la expresión de la cara, todo en él rezuma Poder.

El primer falo de la pintura es, cómo no, el cilindro que empuña la membranosa mano enguantada (si es que es un guante lo que la recubre y no la mano de reptil de un dios sombrío, trasplantada audazmente al sumo sacerdote de su culto). El segundo es el revoltijo al que señala el índice anillado, menhir céltico erecto sobre un bloque de piedra que, en sus costados, desarrolla, una decoración espiraloide que recuerda no poco las miniaturas de los primitivos códices irlandeses. Un falo en cuya superficie el buril ha trazado una auténtica piña de hombres y mujeres desnudos, imagen de la humanidad. (El estar “salómico” de las figuras me condujo en seguida al icono de Simeón subido en la columna, decidido a salvarse pisoteando los errores y vicios humanos).

Mientras mira a otra parte, nuestro mago papal controla el grado de erección del monolito fálico. Como en el poema de Baudelaire, cabe decirse de él que es el vampiro de su propio corazón. Incapaz de sonreír, ha sido castigado a la risa eterna, y duda entre el asesinato y el suicidio, que a la postre son una y la misma cosa. Y así, mientras comprueba con deleite la radical infelicidad de las criaturas del falo, canturrea para sí mismo:

Yo soy la herida y el cuchillo,
la bofetada y la mejilla,
los miembros rotos y la rueda,
y la víctima y el verdugo.


Un pobre mago autofago que ha sido condenado, irrevocablemente condenado, a la pena perpetua de la Ironía.


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